martes, 29 de enero de 2008

Capitulo I: El principio de la oscuridad.

Realmente mi vida mortal (hasta que supe que era inmortal) fue desastrosa. Lo era tanto que por culpa de ella, he acabado como estoy esta noche.

Mis padres se habían separado cuando yo solo tenía cinco años. No podía soportar las peleas que tenían entre los dos, aunque yo era muy pequeña y no lo recuerdo bien, una angustia se abalanza sobre mi pecho cuando pienso en ellos. ¿Cómo dos personas que se han amado tanto, pueden llegar a odiarse? Se dice que del amor al odio hay solo un paso. Y es cierto. Lo malo es que viceversa, no es tan fácil.

Como era normal, mi madre se quedó con mi custodia. Se quedó con la casa de mi padre, a demás de cierto dinero al mes, que mi padre pasaba para mí. Motivo ya más que suficiente para que mi padre la odiara más, y más. Y ella no tardó en echarse otro novio. Yo veía a mi padre dos días, cada dos semanas. No era mucho, pero siempre intentaba averiguar cosas sobre la vida nueva y fascinante de mi madre. Se preocupaba más en eso que en estar conmigo y prestarme un poco de atención.

Y por la otra parte estaba mi madre, y su novio. No estaba mal con ellos. Pero siempre se vivían situaciones un poco tensas. Y mi propia vida se iba marchitando, encaminándose por un camino no muy recto. Lo malo de eso, es que siempre te das cuenta demasiado tarde.

Como una niña frustrada que era, (yo solita me convertí en ello), en el colegio no era popular, era todo lo contrario. No tenía amigos, todos me miraban y trataban como si yo tuviera una enfermedad mortal contagiosa. Siempre se reían de mí porque era muy alta y porque tenía el pelo muy largo rubio dorado, siempre lo recordaré.

Pensaba que nadie en el mundo me quería, e inevitablemente dejé de quererme yo también. Pasé por el colegio como si fuera un fantasma. Mi única compañía era mi propia sombra proyectada en el suelo, y los días que no hacia sol, ni siquiera eso. Refugié mi aburrimiento y mi angustia, en leer libros. Al poco tiempo, me encantaba leer cualquier cosa, así que casi no tenía que estudiar para aprobar los exámenes. Mejoré mi ortografía y mi vocabulario. Y con el paso de los años, llegué al instituto. Y pude aprender algún idioma.

En el transcurso de ese tiempo mi madre se casó con su novio y mi padre se echó a la bebida. Casi no le veía. Cuando tenía que venir a buscarme, siempre llegaba tarde o no llegaba. Y yo me cansaba de esperarle sentada en el bordillo de la calle frente a mi casa. Mi madre siempre estaba quejándose de eso. Mi “nuevo” padre era un tipo bastante rico. Era arquitecto, y cuando se caso con mi madre nos mudamos de casa, a la de él.

Recuerdo el día que llegué allí. Había estado dos días organizando la mudanza de mis cosas. Cuando ya sabía que no iba a volver a mi casa, me paré en la puerta de mi cuarto y lo miré por última vez. Vacío. ¿Cuántas veces me habían visto llorar y reír esas paredes?

La nueva casa estaba en el campo, aunque no quedaba muy lejos de donde vivíamos. En el coche no pronuncié palabra, iba absorta leyendo un nuevo libro, sobre fantasmas, me encontraba algo mareada, pero eso no frenaba mi necesidad de lectura. Cuando leía, perdía la noción del tiempo, así que en lo que a mí me pareció poco tiempo escuché la voz de mi madre.

- Jesse, ya hemos llegado- dijo con entusiasmo.

Levanté la vista del libro y miré por la ventanilla. No podía creer lo que veía. Más que una casa, era una mansión de estas que nunca esperas entrar si quiera. Parecía una casa de estas que salen en las revistas del corazón, de algunos famosos.

La mansión era muy grande, no podría decir cuanto, tenía por lo menos tres plantas. Estaba pintada de color salmón. Y tenía un gran jardín con flores por doquier. Y árboles. Aquello parecía el paraíso.

Para entrar, (pues había una gran verja que vallaba toda la propiedad), nos paramos delante de dos grandes puertas de hierro de color negro. En poco tiempo escuché un ruido y la reja comenzó a abrirse. Yo estaba llena de júbilo. Íbamos hacia la entrada de la casa, por un camino de gravilla de color blanco sucio. Paramos el coche en una cochera que había en un lateral de la casa. La cochera era casi tan grande como mi antigua casa entera.

Salí del coche a toda velocidad, sin preocuparme de nada. Me dirigí al jardín. Pude percibir una gran cantidad de fragancias. Olía a rosas, a césped, a margaritas y a la calidez del sol. Y no muy lejos vi una gran piscina. Había un hombre limpiando la superficie con una redecilla seguida de un palo largísimo. El sol resplandeciente me daba en el rostro. No podía sentirme en ese momento más feliz.

- Bueno, ¿Qué os parece vuestro nuevo hogar?- dijo Larry, mi padrastro.
- Es estupendo- dije en voz baja.

En seguida vinieron sirvientes a recoger nuestras cosas, y en poco tiempo apareció el camión de la mudanza. Realmente no nos trajimos demasiadas cosas de la casa, solo algunas pero que mi madre en especial, no quería dejar atrás. Una de las sirvientas, que a mi parecer era bastante mayor, me quiso hacer de guía y me enseñó la casa entera.

Acabé agotada, no se cuanto tiempo tardamos en recorrer todas las habitaciones, baños, salones y patios de la casa. Lo único que no vi, fue el sótano y mi dormitorio que lo habían querido dejar para lo último, mientras ponían mis pertenencias en él.

Estaba en la segunda planta junto a las escaleras (la casa era de tres plantas). No puedo describir la sensación que recorrió mi cuerpo cuando me abrieron la puerta y la vi. La habitación era enorme, y tenía un baño dentro, y un balcón pequeño con una barandilla blanca y unas rosas rojas preciosas. La cama era más grande que una de matrimonio normal. Tenía dosel, con unas cortinas de color rojo oscuro. Toda la habitación era de ese color. Había también un tocador con un gran espejo y un taburete. Había un gran armario a un lado con las puertas de espejos, y dentro de él, había un espacio solo para zapatos.

Todo aquello me estaba pareciendo un sueño. Parecía que de un momento a otro me iban a decir que me tenía que marchar de allí.
La verdad, es que allí la vida era mucho más fácil. Aunque todavía me faltaba ser un poco mas popular y tener algún amigo. Porque seguía sintiéndome sola después de todo.

Y mi vida continuó, como el instituto seguía quedando cerca de la nueva vivienda, no tuve problemas para seguir yendo al mismo instituto.

Mi tiempo allí fue un poco mejor que en el colegio. Allí cuando entré, todos eran nuevos igual que yo, entonces conseguí hacerme unos amigos. Pero claro... Amigos marginados como yo. La verdad es que para mí no eran marginados, porque a mi me trataban bien y por primera vez alguien se reía conmigo y no de mí.

La verdad es que siempre consideré mi forma de pensar, muy distinta a la de las demás personas de mi edad. Y creo que por ese hecho nunca estuve realmente bien con nadie. La verdad, es que con mis amigos del instituto me lo pasaba muy bien. Casi no paraba en casa, siempre estábamos en el cine, o haciendo alguna gamberrada o jugando a los bolos. Pero eso solo iba a durar tres años de mi vida. No quise seguir con la vida de estudiante. Vi de repente que no se me estaba dando demasiado bien y me quise independizar un poco.

Cuando cumplí los diecinueve años, ya tenía un trabajo. Todos mis amigos se habían ido a la universidad o andaban perdidos con sus respectivas parejas, y como yo no tenía, me quedé solo con mis compañeros del trabajo. No eran malos, pero ya no me divertía de la misma forma.

Esporádicamente quedaba con alguno de mis amigos cuando venían algunos fines de semana para estar aquí de visita. Los echaba mucho de menos, y ya volvía a sentir ese hueco en el pecho, ese hueco que significa que a nadie en el mundo le importaba yo, solo a mi familia, ¿pero realmente era así? Y, ¿Por que tenía tanta importancia? Nunca lo supe, pero la gente es así, yo no podía pensar de otra forma. Una vez escuché, que el mayor enemigo que tienes en la vida, eres tu mismo, y realmente creo que es cierto.

El día antes de mi veinte cumpleaños, Larry entró en mi dormitorio. Yo estaba sentada en el taburete del tocador, peinándome.

- Siento no haber llamado a la puerta- dijo de pie al lado de la cama.
- No importa Larry. ¿Qué pasa?- le dije mirándole a través del espejo.
- Mañana es tu cumpleaños, y quiero organizarte una fiesta. Sé que hay poco tiempo, pero no todos los días se cumplen veinte años- dijo tratando de ser simpático.
- Te lo agradezco Larry, pero, de todas formas, no sabría a quien invitar.
- Eso no es problema, mañana es Sábado y seguro que tus amigos pueden venir. Es tu cumpleaños, es un día muy especial. Ya verás.
- Bueno, no lo sé. Puedo probar y llamar a algunos a ver si quieren venir.
- Así me gusta. Yo invitaré a algunos amigos, ya verás lo bien que lo pasas- salió de mi cuarto y cerró la puerta.

En todos los años que ya llevaba conviviendo con Larry, le cogi afecto, trataba muy bien a mi madre y realmente a mi también. Y como ya nunca veía a mi padre biológico…

Me miré en el espejo. Sabía que no me lo iba a pasar bien. Pero por lo menos me anime en pensar que Larry por lo menos había mostrado interés en mi cumpleaños.

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