jueves, 31 de enero de 2008

Capitulo II: Volver a nacer

Esa noche no me costó quedarme dormida, cosa que me extrañó, pero agradecí. Normalmente, y desde siempre no me resultaba fácil dormirme. Cuando desperté y me estaba lavando la cara en el cuarto de baño, entro Isabelle, una de las sirvientas.

Por lo que había escuchado, Isabelle era la asistenta que mas tiempo llevaba trabajando en la casa para Larry. Era algo baja, pelo largo negro, aunque siempre recogido en un moño, un poco robusta y con cara amable. Era la típica mujer que cuando la mirabas, sabías que podías confiar en ella. No sabía la edad que tenía, pero yo le echaba casi cuarenta años.

- Oh! Cariño, ¿Cómo has dormido hoy?- dijo con un gran paquete en las manos envuelto con papel de regalo y un lazo.
- Pues realmente bien, por fin he podido descansar en condiciones- le dije secándome la cara.
- Cuanto me alegro.
- ¿Qué es eso?- pregunté.
- Esto Jesse, es el regalo de cumpleaños de tu madre y de Larry- dijo sonriendo y poniendo el paquete en la cama.
- ¿En serio? ¿Qué es?
- No lo he visto pero seguro que te va a encantar, anda ábrelo- dijo bastante emocionada.

Fui entusiasmada hacia el paquete. Cuando le quité el lazo y el papel de regalo, era una caja de color rosa. Lo deshice, y abrí la tapa. Era un vestido color azul, era de corsé, de palabra de honor y largo hasta el suelo. Era el vestido más bonito que había visto en mi vida. Y lo mejor de todo, ahora era mío.

- Es precioso Jesse. ¿Te lo pondrás para tu fiesta?- dijo Isabelle.
- Oh, no! No he avisado a nadie. Se me olvidó. Y ahora será demasiado tarde- dije dejando el vestido con cuidado sobre la cama.
- No te preocupes, de todas formas, tu madre y Larry han invitado a bastantes familiares, por lo menos estarás acompañada. Además estaremos todos nosotros. ¿Para que necesitas más gente? Los que realmente te quieren están aquí.
- Quizás tengas razón- admití.
- Así me gusta. Bueno tengo que seguir ayudando con los preparativos- Isabelle se fue de mi dormitorio.

Pensé en lo que ella me había dicho. Era cierto que siempre se tiene a la familia, pero yo necesitaba ser querida por alguien más. Quizás no querida, de amor, si no de amistad. Saber que otra persona te quiere, y se lo pasa bien en tu compañía. Y creo que lo más importante, que te apoye.

Para todas las demás personas que sabían que yo estaba mal por ese echo, de no tener a nadie más, todos decían lo mismo,” no necesitas a nadie más mientras tengas a tu familia” y parecía tan fácil, por la forma que tenían de decirlo…

Miré el reloj y eran las dos del mediodía. Salí de mi habitación con el camisón de dormir puesto y fui a almorzar. Allí, en la cocina, me encontré con mi madre. Ella me dijo que los invitados a la fiesta llegarían a partir de las siete de la tarde. Me daba tiempo de estar un rato en el jardín y de darme un chapuzón en la piscina.

Mientras estaba tumbada al sol, sin oír ningún ruido salvo a los pájaros que ocasionalmente pasaban volando alrededor, no podía sentirme mejor. Pensaba que el mundo estaba lleno de cosas que realmente si importan, pero en la sociedad en la que estaba, nadie se daba cuenta de lo más simple y bonito. Toda la gente era materialista. A mi me hacía feliz, ver un amanecer, reírme, tener suerte por todas las cosas que tenía, la música, el sol, las flores… ¿Quizás eso es lo que me convertía en un bicho raro?

Cuando dieron las seis y media, me fui al baño en mi dormitorio, me duché y me lavé el pelo. Cuando salí vi mi vestido sobre la cama, justo donde lo había dejado antes. Vi unos zapatos en el suelo, haciendo juego, no los había visto antes, así que me imagine que era otro regalo más. Me sequé bien y me recogí el pelo mojado con una gomilla. Me puse unas medias de color carne, y el vestido. Los zapatos, como eran de tacón, los iba a dejar para el final. Me dirigí al tocador. Abrí el primer cajón de la derecha y saqué una gargantilla de plata, que me regalo mi padre por mi dieciocho cumpleaños. Era prácticamente lo único que conservaba de él. Me lo colgué y también me puse un anillo de plata.

Me maquillé lo mejor que pude, aunque no me pinté demasiado. Me puse unos pendientes de plata. Siempre me había gustado más la plata que el oro. Me miré y ya sólo faltaba peinarme. Decidí que me iba a dejar el pelo recogido en un moño. Me puse unas horquillas rojas en forma de flor para decorar un poco, y ya estaba lista para bajar.

Vi que eran las siete y cuarto. Ya empecé a escuchar el timbre de la casa y de la reja principal, para que abrieran a los coches que iban llegando. Me eché perfume, no recuerdo el nombre, pero tenía un olor muy fresco.

Salí de mi dormitorio, cerré la puerta y me agarré a la dorada barandilla de las escaleras para bajar a la sala de estar. Mientras iba bajando pude ver a algunos primos, tíos y demás familiares. Me sorprendí mucho de ver a alguno de mis amigos allí. Pero me alegré. Cuando todos me vieron empezaron a darme besos y a decirme lo guapa que estaba.

La fiesta transcurrió bastante normal. Todos los sirvientes estaban sirviendo bebidas y algo de comer a los invitados. Algunos de ellos se estaban bañando en la piscina y otros simplemente charlando en la sala de estar. Sonaba música y no recuerdo de donde procedía.

Bebí martini con naranja que es lo único que solía beber para no perder demasiado el control. Comí algunas chucherías que había por ahí, y al final, llego la esperada tarta. La verdad es que me dio mucha vergüenza, porque la tarta era la más grande que había tenido nunca para mí. Más bien parecía una tarta de boda. Todos me cantaron y rieron mientras cortaba la tarta. Era de fresas y nata, mi favorita.

Me regalaron muchas cosas. La mayoría no recuerdo bien. Sé que me regalaron un joyero de madera, un oso de peluche gigante, bombones y algunas otras cosas. Todo lo recibí con mucha gratitud y con bastante vergüenza. Reconozco que nunca se me dio bien ser el centro de atención. La verdad es que fue un día muy especial para mí, nunca me había sentido tan bien con los demás. Pero todo lo bueno siempre tiene su fin. Y la fiesta terminó sobre la una de la noche. Algunos de mis familiares se iban a quedar a dormir en las habitaciones para invitados que había vacías en la mansión.

Yo tenía los pies doloridos a causa del calzado, así que me despedí de los que aún estaban despiertos y me marché a mi habitación. Cuando entré cerré la puerta y me senté en la cama. Me desabroché los zapatos con gran alivio. Miré mis pies doloridos, algunos dedos los tenía colorados.

Me quité el vestido, las medias y me puse el camisón con el que dormía. Me llegaba a los tobillos, de tirantes y era de tela blanca. Me quité los anillos y el colgante y los guardé en su sitio. Abrí el balcón de mi dormitorio, aquella noche corría una agradable brisa fresca que hacía que el caluroso calor del verano fuera refrescante. Me metí en el baño y me quité el peinado, me lavé la cara y los dientes.

Volví al dormitorio y apagué la luz. Entonces pude comprobar que la luz plateada de la luna lo alumbraba todo. Daba un aspecto mágico a las cosas. No pude evitar levantarme de la cama y asomarme al balcón. Miré desde allí la copa de los árboles que se mecían suavemente con la brisa fresca. Las rosas de mi balcón estaban radiantes y a la luz de la luna mostraban un color negro azulado precioso. Como la luna brillaba tanto no se podía apreciar casi ninguna estrella. Parecía el foco principal en una obra de teatro. Me gustaba mucho mirarla.

Volví a la cama y dejé la ventana del balcón abierta para que entrara el frescor de la noche. Y mientras miraba el hipnótico baile de las cortinas me quedé dormida.

¿Qué fue lo que me despertó? Me pareció haber escuchado un ruido. Pero en una casa en medio del campo… ¿cuando se esta en silencio totalmente? Ya que estaba despierta miré el reloj de la mesita de noche de la derecha y vi que eran las tres y media de la madrugada aún. Aproveché mi desvelo para ir al cuarto de baño. Me ahorré encender luces, porque veía perfectamente todo.

Despreocupada, fui al baño. Me percaté de que tenía un par de ronchas en la espalda que me picaban un poco, una detrás de cada hombro. No las había visto antes. Pensé que quizás los tirantes del vestido me rozaron y no me di cuenta. Cuando terminé en el baño me dirigí a la cama, cuando vi, que las puertas del balcón estaban cerradas. Pensé por un momento que era muy extraño que mi madre o mucho menos, Larry hubieran entrado en mi dormitorio, en plena madrugada para cerrarme las puertas del balcón, con el calor que hacía. Así que secundariamente pensé que quizás cuando me fui a la cama las cerré y no me acordaba.

Ya estaba a la altura de los pies de la cama cuando le vi. Me asusté tanto que ni siquiera salió de mis labios el más mínimo quejido. Estaba junto a la mesita de noche del lado izquierdo. Por lo que podía ver, era un hombre, no muy mayor, a decir verdad, creía que tenía unos veintinueve años como mucho, tenía el pelo por los hombros ondulado suelto, era muy alto, y bastante corpulento. Miraba hacia abajo sin moverse. Estaba vestido con una camisa, unos pantalones negros y llevaba una gran gabardina oscura que le llegaba a los tobillos.

Como no se movía, y tampoco me estaba mirando, lo primero que se me ocurrió fue ir rápidamente hacia la puerta y salir del dormitorio para pedir auxilio. Y eso hice.

Corrí hacia la puerta, pero cuando giré la cabeza para agarrar el pomo, me estampé contra algo y caí al suelo. Era el extraño. ¿Pero como era posible? ¿Cómo pude chocarme con él, si estaba junto a la cama?

En ese momento, sí me entró el pánico y cuando me dispuse a gritar se abalanzó sobre mí, y me tapó la boca con una de sus enormes y frías manos.

- No grites, será lo mejor- susurró.

Puede que parezca extraño, pero cuando escuché su voz, todo el miedo se fue de mí. Su voz era atractiva, sensual, cálida, no era de alguien amenazador. Y asentí. Se separó de mí y me tendió su mano para ayudar a levantarme.

- ¿Quién eres?- le pregunté cuando me puse de pie.
- Sinceramente, eso no importa, aunque ahora, por desgracia para ti, ya no tienes escapatoria, y por lo que veo, te queda poco tiempo- dijo separándose de mí.

Por primera vez le miré directamente a la cara. Era la persona más bella que había visto nunca. Sus cejas, sus brillantes ojos, sus labios perfectos, todo en él era perfecto. Nunca en mi vida le había visto, porque le recordaría.

- ¿Escapatoria?- pregunté.
- Sí. Me temo que sí. Ya le dije yo, que se ocupara él. Pero como siempre, no me hace caso, y encima esa dichosa luna. Maldita sea- parecía estar hablando solo.
- No sé quien eres. Y no sé que quieres decir con todo eso, pero yo no tengo nada, aunque si quieres cosas de valor, deja que llame a mis padres- era la primera vez que me refería a Larry como tal.
- No quiero riquezas, ni baratijas. ¿Quién crees que soy? ¿un ladrón? No, yo robo otras cosas, pero eso no querida- su tonó me dio un poco de miedo.
- Entonces ¿que quieres?
- Todo a su debido tiempo- dijo andando lentamente hacia a mí.

Yo comencé a retroceder, aunque he de reconocer que me era un poco difícil apartarme de aquel… ser, aquel ser perfecto. Solo podía fijarme en él. A duras penas lograba mantener mi mente en mi dormitorio. E inevitablemente me tropecé con el filo de la cama cayéndome en ella.

No me dio tiempo a poder levantarme, cuando ya tenía al desconocido encima de mí. Me agarró las muñecas con sus frías manos, me las puso a la altura de la cabeza.

- Me alegro de que no grites- dijo sonriendo.
- No sé, por qué, pero no puedo- lo pensé y lo dije.
- Mejor. Aunque has sido la única que me ha hecho caso. Te felicito- comenzó a reírse un poco más fuerte. Parecía bastante sádico.

Era extraño porque a pesar de que su rostro estaba muy pegado al mío, no notaba su aliento ni su respiración. Y sus dientes, eran los más blancos que había visto en mi vida. No sabía si estaba soñando o no. Ni siquiera notaba su peso sobre mí. Solo sus frías manos agarrando mis muñecas.

- He de reconocer una cosa querida mía- dijo dejando de reír y pegando su rostro contra el mío.
- Lo que sea- dije.
- Reconozco que cuando gritan me gusta más. Aunque creo que contigo haré una excepción. Porque muy a mi pesar, no puedo probar tu sangre todavía- se levantó de un salto y se puso a los pies de mi cama.

Estaba mirando el dosel de mi cama, lo veía todo muy oscuro, me costaba respirar a causa del miedo que ahora había empezado a introducirse en mi pecho.

- Detesto hacer todo esto. Estas de suerte, o de desgracia. No es nada personal querida, es que luego vienen las preguntas, y no quiero saber nada de nadie, pero bueno…ahora me tienes que acompañar, y por favor no te resistas- alzo su brazo y abrió la mano para que yo se la cogiera.

Me incorporé y arrastrándome un poco agarré su mano. Me ayudo a levantarme y no pude contener mi mirada de miedo. Le miré fijamente a sus brillantes ojos.

- Venga ya, no me mires con esa cara. ¿No te he hecho nada no?, deberías de estar agradecida créeme- me dijo.
- ¿Eres…?- comencé.
- ¿Un vampiro? Sí- dijo como si me hubiera leído el pensamiento.
- ¿Pero como es posible?- balbuceé, dejando de mirarle.
- Ya ves. Tus padres te mintieron de pequeña, porque los monstruos si existen encanto. Yo soy uno, y tu… ¿Qué te voy a contar?

Decidí no decir nada más. Me convencí de que no me quedaba otro remedio que seguirle la corriente. Con mi mano agarrada abrió las puertas del balcón y volvió a entrar la fresca brisa con aroma de rosas, haciendo ondear las cortinas. Su pelo se movía mágicamente, y yo apenas respiraba a su lado.
- ¿Cómo te llamas?- pregunté saliendo con él a la terraza.
- Me llamo Patrick.
- De a cuerdo. No te haré ninguna pregunta porque sé que no me la contestarás ahora, así que te seguiré. Pero, ¿Qué hay de mi familia? No puedo irme así como así.
- Sí que lo harás. Ya no perteneces a ninguna familia. Ahora querida solo me tienes a mí. Bueno a mí, y ese maldito… Venga no hay tiempo- dijo dando un salto y poniéndose de pie en la barandilla.
- ¿Qué haces?
- Tenemos que irnos.
- Pero es una segunda planta. ¿No pretenderás que salte por ahí no?
- Querida, ¿te has parado a pensar que los monstruos no son tan malos como dicen?- dijo.

Me cogió con rapidez de los brazos y me levanto hasta ponerme a su lado. Notaba la barandilla fría en mis pies descalzos. Me cogió en brazos y salto al vacío. Cerré los ojos con miedo, hasta que noté piedras debajo de mis pies, entonces los abrí. Estaba en el jardín. Le miré, pero ya me había soltado y se estaba marchando hacia la verja de la entrada.

No sabía como había llegado hasta la mansión, pero en poco tiempo pude descubrir cómo. Al otro lado de la verja de entrada al jardín, había una moto, en apariencia, bastante echa polvo. Yo no entendía nada de motos, era grande, pero no tenía ni idea de la marca ni la cilindrada que tenía.

Cuando llegamos a la altura de la verja, Patrick dio un pequeño impulso y salto detrás de ella. Fue un salto sobrenatural. Me quedé de piedra al verle. Parecía que lo estaba soñando, y mientras me miraba, ya desde el otro lado, comprendí que estaba esperando a que yo hiciera lo mismo. Aunque no sabía como iba a hacerlo.

- ¿Bromeas?, yo no puedo saltar como tu- le dije un poco indignada.
- ¿Y lo que tienes en la espalda para que te sirve?

Me giré para mirar detrás de mí, pero no vi nada. ¿Qué quiso decir?

- Entiendo, no las tienes todavía, bueno tendrás que sujetarte a mi como antes- dijo.

Volvió a cogerme y en unos segundos ya estaba delante de su moto al otro lado de la verja.

- ¿Qué has querido decir antes?- le pregunté.
- Yo no voy a ser quien te lo explique. Pero todo a su debido tiempo, solo tienes que tener paciencia.

Patrick me miró con cara de pocos amigos y arrancó la moto. Se montó en ella, y por lo que pude comprobar, no había casco ni para él ni para mí. Con un gesto de su cabeza, me indicó que me subiera. Cuando lo hice, me agarré a su cintura. Miré hacia atrás, para mirar la mansión, para divisar mi balcón lleno de rosas, desde el que me había arrojado al vacío. Por un momento tuve la certeza de que no iba a volver a ver aquella mansión, ni a mi madre, ni a Larry. Y nos pusimos en marcha.

No hay comentarios: